Análisis de Sonic Forces

Análisis de Sonic Forces

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El “folio en blanco” provoca un miedo que conocemos y sufrimos todos, desde aquellos que nos dedicamos a escribir de manera regular a quienes, sin dedicarse habitualmente a ello, tienen que redactar una carta, un trabajo, un examen… Es un miedo comprensible, uno de los que apelan a lo más cotidiano: la sensación de que la inspiración, musa esquiva, finalmente ha conseguido darnos esquinazo y arrebatarnos toda muestra de creatividad. Puede que no sea lo mismo para todos -hasta en esto hay clases-, pero sí ataca a parte de lo que nos define a las personas como tal: nuestra capacidad para crear algo de manera consciente, para analizar, para volcar conocimientos o para dar forma a nuestros pensamientos y que estos a su vez, de manera orgánica, vayan abriendo puertas que ni siquiera habíamos considerado en primer lugar.

Creo que Sonic Forces es el primer “juego en blanco” que me he encontrado en mi vida.

No quiero decir con esto que Sonic Forces es un conjunto vacío, pero desde luego sí que se siente como tal. Si me cuesta hablar de él es precisamente porque tengo la impresión de que tampoco tiene nada que decir, de que no hay un discurso -coherente o no- tras sus acciones. Es un juego que se dedica estar ahí, como si nada de lo que pasa en pantalla fuera con él, lo que no deja de ser contradictorio teniendo en cuenta las muchísimas cosas que nos saltan una y otra vez a la cara, como ese niño que busca todo el tiempo nuestra atención para acabar diciendo “Nada.” cuando por fin preguntamos “¿Qué?”. Resulta curioso y ciertamente poco casual que, varios días después de su lanzamiento y sin haber mirado otros análisis antes de anotar esto, una gran mayoría de redactores hayamos utilizado estas mismas palabras o similares para definir tanto al juego como a los sentimientos que nos provoca.

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Puede que esta sensación venga motivada por el hecho de que él mismo no sabe tampoco qué quiere ser. Tanto la historia, extraordinariamente simplona y maniquea, como ambos niveles de dificultad disponibles (normal o difícil, perfectamente intercambiables entre ellos) parecen orientarlo hacia los más pequeños. Y sin embargo, el hecho de que se hable de la muerte de Sonic a los pocos minutos de empezar, que la introducción incluya palabras como “secuestro” o “tortura”, o que jugablemente existan varias acciones difíciles de ejecutar a gran velocidad lo ponen en el extremo opuesto de lo que habría sido el camino fácil y, puede, el más interesante una vez establecida para los mayores otra opción reciente dentro de la saga mucho más clásica y satisfactoria en su planteamiento.

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Puestos a olvidar, el Sonic Team parece haberse olvidado hasta de que Sonic tiene que ir inevitablemente unido a la velocidad. No es que sea un juego lento, ni muchísimo menos, pero las físicas son tan extrañas en las fases en dos dimensiones que es inevitable acabar frenando de vez en cuando para alcanzar algún punto concreto o para intentar acabar sin escoñarse el nivel en el menor tiempo posible, uno de los objetivos del juego para obtener medallas y, con ellas, diferentes opciones de personalización -ya hablaremos de esto-. En el aire, y esto es algo que afecta tanto a las anteriores como a las fases en tres dimensiones, el movimiento es ridículamente impreciso, como si la gravedad no supiera muy bien cómo funciona en este mundo. Teniendo todo esto en cuenta, al final solo nos queda ir tirando hacia delante con cautela, medir torpemente nuestros saltos para evitar la escasa variedad de enemigos presente y usar nuestro lanzallamas para disolver grandes concentraciones.

Es posible que el final del anterior párrafo os haya hecho arquear una ceja, pero ni yo me he vuelto loco al escribirlo ni vosotros al leerlo: lanzallamas. Uno de los aspectos más anunciados del juego es la posibilidad de crear un avatar propio, escasamente personalizable al principio y altamente “maqueable” después, al que también podemos asociarle distintas armas y habilidades a medida que las vamos desbloqueando. Sobre el papel suena a idea absurda -lo es-, pero lo que en principio podría ayudarnos a romper con la monotonía acaba por volverse en nuestra contra, obligándonos a usar la dichosa mecánica mucho más de lo que nos gustaría y sin presentar un reto acorde a ello. Quizás la única constante en Sonic Forces sea esa, su tendencia a hacer un montón de cosas que se supone que los juegos hacen, como incorporar gadgets o QTEs, para posteriormente olvidarse de incorporar en las misiones elementos y retos que se correspondan con estos añadidos. Es por eso que los QTEs no pasan de pulsar un único botón durante un espacio medianamente largo de tiempo, o que las armas disponibles no encuentran en ningún momento a algún enemigo capaz de ponerlas a prueba y hacernos improvisar.

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Tanto las misiones de nuestro avatar, incluido en la historia principal de manera casual y con risible resultado en el caso de haber creado un engendro demoníaco, como las del Sonic regordete o el Sonic actual muestran esta desidia, e incluso aquellas que intentan hacer algo distinto -aunque visto mil veces- no terminan de cuajar. Los jefes finales siguen la misma tónica, con unos patrones no demasiado originales; y tan solo en el caso de que queramos acceder a todos los secretos y obtener todos los coleccionables encontraremos algo parecido a un reto, algo no demasiado apetecible si tenemos en cuenta todo lo anterior. Decir algo positivo no es fácil: podría argumentarse que el apartado gráfico es bastante colorido y resultón -aunque los escenarios no sean lo que se dice bonitos-, que la música está más o menos bien si te gusta el j-rock, que el doblaje en español es bastante decente dentro de lo que cabe o que los distintos homenajes en forma de invitados sorpresa o trajes para nuestro avatar pueden arrancar una leve sonrisa a quienes llevan años fieles a la causa; pero nada de esto compensa la facilidad con la que se nos desconecta el cerebro durante las tres o cuatro horas que se tarda en completar todos sus episodios y las fases secretas disponibles, como sabiendo que en autómatico podemos acabárnoslo igual y que cuanto menos tiempo dediquemos a pensar en él, mejor.

Soy perfectamente consciente de que muchos fans acérrimos de Sonic defenderán este título, y algunos incluso disfrutarán genuinamente con él. No soy quién para privarles de ello, y me alegra de hecho que sean capaces de superar las múltiples zancadillas con icónicas zapatillas rojas que les van poniendo por el camino. Yo, personalmente, soy incapaz de comprender por qué alguien querría invertir su tiempo en un juego tan desagradecido, en una obra que se conforma tan solo con existir y que ni siquiera hace ademán de participar conscientemente en el ridículo para que al menos podamos echarnos unas risas y pasar un buen rato. Sonic Forces muestra una autoindulgencia casi admirable, obviando qué ha hecho grande a una saga que se va acercando ya a las tres décadas y añadiendo elementos pensando más en una idea abstracta de cómo tiene que ser un juego que en qué necesita este para funcionar. Resumiéndolo de manera sencilla y volviendo al ejemplo inicial, el Sonic Team ha escrito su nombre, ha firmado y se ha levantado nada más empezar el examen para entregar. Haber estudiado.