Análisis de Detective Pikachu

Análisis de Detective Pikachu

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Desde hace unos meses vuelvo una y otra vez sobre la misma imagen mental periódicamente, el recuerdo de una cosa que no viví y no sé si sucedió, siquiera: la posibilidad de que en algún momento de los últimos años, en algún lugar de Japón, un grupo de personas importantes con capacidad de decisión sobre las franquicias de Nintendo se reuniesen para decidir que, tras dos entregas exitosas de la saga principal de Pokémon en 3DS, el siguiente paso sería un spin-off, un juego en el que Pikachu se convertía en detective. Me gusta imaginarme a este grupo de ejecutivos con vestimenta formal, una estilográfica en la mano y montañas de papel gigantescas y llenas de ideas perfilando el concepto de que el hasta ahora siempre adorable ratoncito amarillo tendría en este juego la voz rasgada, como quien ha fumado mucho y desde muy joven; pero como el público al que se dirigían era más bien infantil y quizás quedaría feo ponerle una pipa en la boca, en lugar de eso tendría una adicción más que notable al café – esto no nos lo dicen, pero cualquiera apostaría a que con un chorrito de whisky – y una gran tendencia a hacer comentarios que casi siempre bordean lo inapropiado cuando cree que nadie le escucha.

Detective Pikachu juega constantemente con los contrastes: con la distancia entre el Pikachu que conocíamos hasta ahora y el Pikachu que nos presenta en esta ocasión, y con la diferencia entre la lógica humana y la lógica Pokémon, la forma en la que las cosas suceden en el mundo real y la manera en la que funcionan en este universo fantástico. Con más raíces en el anime que en cualquiera de los videojuegos anteriores, este título coge mecánicas de otras aventuras gráficas de Nintendo como Ace Attorney o Profesor Layton y las utiliza como excusa para hacer que sonriamos un poquito diferentes situaciones, tanto cómicas como tiernas o absurdas. Por el camino, se cuela una representación más sólida del universo de la franquicia del que ninguna adaptación ha conseguido antes. La amistad entre humanos y Pokémon, que siempre se intuye en las distintas aventuras pero en la mayoría es sólo una nota al pie de página de otras epopeyas, se deja ver aquí en todas y cada una de las secuencias.

Estamos ante un spin-off de Pokémon, claro; pero incluso dentro de los juegos que no forman parte de la saga principal, es una rareza encontrarnos una historia bien pensada y desarrollada. La de Detective Pikachu, si bien no es la más original ni la más sorprendente – diría, de hecho, que se apoya a propósito en tópicos y estereotipos – tiene unos cuantos momentos destacables, siempre es, como mínimo, simpática y divertida. Al principio del juego, nos encontramos con un Pikachu amnésico que no recuerda cómo utilizar sus movimientos después de un accidente, y que tampoco tiene ninguna pista sobre el paradero de su compañero humano, el detective Harry Goodman. Para encontrarle, decide hacer uso de las habilidades que ha aprendido de sus hazañas con éste último, y se empareja con su hijo, Tim Goodman, para resolver el misterio de su desaparición. Por el camino, el particular dúo encontrará multiplicidad de otros casos que resolver; casi todos ellos tienen que ver con Pokémon que se están comportando de forma extraña y alterando con ello el orden de sus hábitats. Los problemas de estos Pokémon y de los protagonistas terminarán – ¡sorpresa! – por estar relacionados, y ambas tramas se irán entrelazando poco a poco hasta el final de la historia.

La trama juega con la estructura y los arquetipos de una historia de suspense o una serie procedimental, pero también es plenamente consciente de cuál es su público principal y rara vez será capaz de generarnos intriga real; en la mayor parte de las ocasiones, las soluciones a los dilemas serán relativamente evidentes en cuanto investiguemos un poco. La dinámica de cada uno de los capítulos es la siguiente: se presenta el caso, exploramos la escena del crimen en busca de pistas, y conversamos con las personas allí presentes para que nos den la información necesaria para atar los cabos. Nuestro personaje podrá conversar con las personas, y Pikachu podrá conversar con los Pokémon, dejándonos acceder a información que un detective convencional no podría obtener. En la pantalla superior veremos los escenarios por los que nos moveremos en la investigación, y en la inferior, una serie de utilidades que nos permiten revisar la conversación, el mapa de la zona, las pistas que hemos ido recopilando y los objetos que hemos recogido. Lo más interesante de esto es quizás la pestaña de “pesquisas”, que básicamente es un marcador de objetivos que divide la misión principal dividida en diferentes tareas – resolver un acertijo, abrir una puerta, encontrar información sobre algo – y que en ocasiones nos ofrece pequeños puzzles visuales que nos ayudarán poner en orden la información y llegar a conclusiones.

De todos modos, si Detective Pikachu tiene un defecto grave es precisamente ese miedo eterno a soltarnos la mano: la tendencia a desgranar todas y cada una de las situaciones muy poquito a poco para que no nos perdamos. Las mejores partes del juego son aquellas en las que, aproximándonos más al final, se nos presentan las situaciones más complejas, que exigen un poco más de esfuerzo por nuestra parte. Aun así, casi todas las conversaciones importantes terminan con una pequeña llamada de atención hacia donde tendremos que ir después: el típico “¡eh, quizás estaría bien preguntarle a este personaje!” o “¡deberíamos ir a este otro sitio!”. Si aun con esto en algún momento nos despistamos o no sabemos muy bien cómo proceder, podemos pulsar un botón y hablar directamente con Pikachu, que nos dará pistas más o menos explícitas sobre cómo proceder.

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En ocasiones, será él mismo quien llamará nuestra atención para contarnos algo concreto que nos ayude a avanzar la trama. La mecánica de hablar con Pikachu es, de hecho, uno de los mejores elementos del juego: nuestro ratoncito amarillo malhumorado sostiene prácticamente todo el juego en sí mismo cuando hablamos de personajes. El resto de personajes humanos que nos encontramos tienen apenas un par de rasgos de personalidad no demasiado bien definidos y no son lo suficientemente carismáticos para llamar la atención por sí mismos, pero Pikachu es un poco impertinente y egocéntrico a ratos, tiene siempre un comentario ácido para cada situación, y aunque puede resultar incluso irritante en los primeros compases, es difícil no empatizar con él en los momentos más tensos de la aventura, cuando la fachada despreocupada se le cae un poquito y empezamos a atisbar sus verdaderos conflictos.

Y a pesar de que a Detective Pikachu, como personaje, le basta y le sobra como para ser un buen motivo para jugar el título, lo que desvía un poco la atención de éste en determinadas ocasiones, y el que termina por ser el elemento más fascinante del juego, casi justificando su existencia, es la perspectiva del universo Pokémon que nos aporta. Una que nos aleja de las historias grandilocuentes de convertirnos en el mejor entrenador y hacernos con todos, y en lugar de eso se deleita en la cotidianeidad de las personas corrientes de este mundo, esas que viven su día a día tal y como nosotros lo hacemos, pero en una realidad en la que conviven con estas criaturillas fantásticas. Es parecido, en realidad, al efecto que Pokémon Go consiguió hace ya dos largos veranos poniendo Charmanders y Eevees en nuestras plazas y en nuestros parques, pero que tiene aquí un empaque narrativo mayor, donde los Burmy se balancean en los árboles de la calle y los Aipom tienen las manos – aún más – largas y roban collares en callejones; donde los Pokémon son ayuda y apoyo emocional de los humanos, parte de la dinámica del día a día, pueblan las aceras y las cafeterías y los parques y los hospitales. Y aunque no nos cambiará la vida, ni probablemente lo pretenda, es definitivamente una experiencia entrañable, especialmente para aquellos que lleven años conviviendo y creciendo con la saga y todo lo que la rodea.